miércoles, julio 11, 2007

Convención Internacional

Me despertó mi propio ronquido y una erección incómoda. En la mano tengo un vaso con un líquido extraño y en el mentón una baba congelada.
A mi alrededor veo carteles en un idioma desconocido para mí, lo cuál no es raro. En fin, me incorporo y veo que a un lado está mi valija y una carta enviada por un tal Smirosky.

Aparentemente estoy en Israel y mis instrucciones consisten en asistir a una convención internacional de degustadores, catadores y sommeliers. Una mezcla de alegría y tristeza me invade, por lo que me voy arrastrando hacia la puerta y subo al primer taxi que espera presas.

El chofer es Palestino y me trata con condescendencia ya que cree que soy judío. Le aclaro que soy argentino y que si bien según sus creencias yo podría llegar a ser o no judío, soy ante todo, argentino, un país con dos copas del mundo. Un país en serio, con excedente de territorio y sin fanáticos religiosos.

Le queda la duda acerca de si soy o no judío, pero doy por terminada la charla y me dedico a hablar por teléfono, por que ahora tengo teléfono y hay que usarlo. Marco algunos números al azar y pregunto si ese país es ese país. Si saco una charla, mejor.

Llegamos a un centro de convenciones completamente fortificado, alambrado y electrificado. Pasamos la requisa y el hombre me deja en el playón de estacionamiento. De despedida le pregunto si tienen pensado perder la paciencia en serio alguna vez.

El salón está colmado. Veo caras conocidas, promotoras, bodegueros de todos lados, y parece que no va a estar tan mal a pesar de los 50 grados que se registran en el exterior. Esos 50 grados podrían llegar a justificar el cúmulo de creencias demenciales de esta gente.

Le pregunto al joven que monta guardia si no les hubiera convenido pedir un territorio un poco mejor, pero no nos entendemos y decido ingresar.
Aquí adentro se está bien. No hay fanáticos a la vista, por lo que me acerco al stand de bodegas Suizas. Me recibe Kurt Weittzer, un hombre robusto y bien alimentado.

Luego de las presentaciones, me convida con un Chardonnay delicioso, un Magritte de muy buen bouquet y las turbinas van arrancando. Pido repetir el Chardonnay delicioso, varias veces porque la verdad es que está Deli-cioso.

Y entonces, veo que el tipo no está solo, lo acompañan tres gordos alpinos criados a base de pate de cerdo y chorizo colorado. Los saludo y les pregunto a título informativo ¿lo de ser neutrales es en serio? No acusan recibo, y me llenan la copa de cata con un Monnersans que no está nada nada mal para ser neutral.

Repito, combino con una más de Chardonnay y antes de despedirme les pregunto si en los deportes también son neutrales o simplemente malos.
Les prometo volver, y me cruzo enfrente, al sector de los bodegueros de Europa del Este. Los han ubicado a todos juntos, como a un grupo de leprosos mendicantes. Pero estos son duros como el acero de Odessa, bien merecen una visita.

Ni bien pongo un pie en su territorio, la vieja maquinaria soviética comienza a funcionar. Un representante de cada país, banderita en mano, se me acerca, se presenta y me entrega una folleteria agobiante que rechazo de inmediato. Por suerte hay un rumano sensato que me acerca una copa con un brebaje de buen color. Los demás parecen entender como es el asunto y se arremolinan a mi alrededor, a escuchar mis veredictos.

Rosado de Hungría, Torrontés de Bielorrusia, Tempranillo de Polonia y la cosa se va complicando. Les pregunto si realmente creen que van a poder comercializar esto en el mundo civilizado y me miran asombrados. El delegado ruso entiende un poco más, y me convida con un copón de vodka helado. El tsunami arrasa con la bazofia, y la cosa mejora bastante. Ellos son 7 en total, sin contar a los gorditos Suizos, que me miran con ganas desde el local de enfrente.

Entonces, mientras recargo con un poco mas de ese verdadero elixir les digo con voz de Calculin: la verdad, me dan un poco de lástima. Tenían un imperio, incidían en la política del mundo, ¿y ahora? mendigando un poco de atención, cagados de frío.

Se miraron unos a otros un poco confundidos. Si, haciendo fila para ver si los dejan entrar en la comunidad económica europea! Déjense de joder! Que quieren ir a ver ¿el Pompidou? ¿el aeropuerto de Barajas?

Me invitaron al depósito, me pusieron un gorrito de cosaco y me entraron con todo: pica hielos, sacacorchos, me pusieron un dogal, me metieron mucho churrigueresco, me clavaron un chuzo en el cerviz, y me talonearon de palomita a la Pedro Poy.

Se suman los bodegueros de Kazajistan, Kurdistan, Mozajistan, y ofrecen vino espumante. Repito 6 o 7 veces porque no puedo creer que estos sinvergüenzas crean que esto es vino.

Escuchen: ustedes antes iban a los mundiales, viajaban a la luna, estaban a la vanguardia en casi todo ¿y ahora? ahora son un grupo de pobres tipos de pobres países!

Me ensillaron, se pusieron espuelas y me pegaron una jineteada con mucha sangre y rebencazos. Por entre los párpados deformados y mientras le pedía a Adrian que me los cortara, miré sorprendido al grupo de suizos, que escudriñaban gustosos de lejos. Súmense fabricantes de cucús! Les vamos a mandar una bomba con 10000 pendejos tomadores de paco, a ver que mierda hacen! Neutrales afeminados!!

Se cruzaron temblando de emoción, y me castigaron con unas rametas de pino radiata, me rociaron con fondue hirviente y me sacaron todo el efectivo que tenía.

A lo lejos pude ver al famoso critico catalán Jordi Garç i Molt reírse como un demonio mientras le entregaba dinero a un grupo de bodegueros peruanos, que munidos de chumaceras, cornucopias y sarracinas, avanzaban hacia mi.

Escapé hacia la planta alta, con mis papillas ardientes y las nalgas moradas, pero antes de olvidarlo todo anoté en mi laptop con ipod wifi usb f4: los países de Europa del este fabrican un vino individualista e intrascendente, fiel reflejo de sus tibias existencias actuales.

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